lunes, 28 de mayo de 2012

Trains.



Gran parte de mi infancia la pasé con mis primos. Vivían en una  modesta casa frente a las vías del tren. Era un lugar pequeñito, tenía sólo tres habitaciones que componían la cocina, la sala y la recámara. Para entrar había que bajar tres escalones y agachar un poco la cabeza. En cuanto estaba dentro, el ambiente húmedo y fresco, característico de las casas de adobe, envolvían al visitante.

Recuerdo el barrio, los viejos cimientos de la ciudad, en tonos ocres y sepias. Las vias del tren curzanban todo el paisaje de horizonte a horizonte. Al costado de cada barra de metal interminable crecía el pasto, algunas veces verde, la mayoría del tiempo amarillo. El viento mecía o arrancaba las pinceladas amarillentas de vegetación, chiflaba entre las casitas y las espaldas del supermercado, levantaba tolvaneras. El recuerdo es cálido y placentero, ¡tierna infancia! Éramos tres chiquillos y una niña poco más grande que jugaban incansables en las vías del tren.

Jugabamos a las traes, a las escondidas, a las cebollitas. Aprendí a patinar, a hacer pasteles de lodo y a trepar árboles y muros. Pero lo mejor que aprendí fue a pedir deseos.

En ocasiones me quedaba a dormir con mis primos. Los cuatro nos acomodábamos amontonados en una camita. Tras un día completo de juego aún la noche no nos robaba la energía. Mi tía se cansaba de silenciarnos y primero ella caía dormida. La noche era absoluta, ni una luz, ni un albortante, iluminaban ese viejo y modesto barrio. Afuera se veían sólo las estrellas, en ocasiones la luna, iluminando las vías del tren.

Pero el sueño terminaba venciéndonos. Hasta que a media noche el terror me hacía presa. La casa, la frágil  y chiquita casita de adobe, se estremecía. La tierra toda vibraba. En la cocina, el trinchador temblaba de miedo como yo. Un ruido como de mil monstruos marchando se acercaba, entonces sonaba un estruendo de silbato y la marcha se hacía un traqueteo metálico.

"Es el tren, pasa a media noche" recuerdo que me dijo mi prima, la mayor. La recuerdo claramente, entre las sombras: yo cobijada hasta el cuello con una raída sábana de algodón, ella de lado con un dedo en sus labios haciendo seña de que guardara silencio y no temiera. "Es el tren, qué bueno que lo escuchas. ¿Lo escuchan ustedes? ¿Saben cuántos vagones tiene?"

Mis otros dos primos se despertaron, aguzaron el oído y lanzaron su apuesta "Treinta" "Veinte" "Lleva animales" "Carga herramientas" El traqueteo duraba y duraba.... Entonces mi prima, la mayor, me dijo el secreto: "Cuando pasa el tren puedes adivinar cuántos vagones tiene, entonces pide un deseo".

No recuerdo qué desée en las muchas ocasiones que trasnoché con ellos, pero esas memorias nocturnas aún siguen haciéndome sonreír. Ahora, si por la noche al salir del teatro escucho el tren venir a lo lejos, espero a ver su espectacular paso y a escuchar su silbido y traqueteo.

A veces cierro los ojos bien fuerte, como cuando era niña y tenía miedo, y escucho la voz de mi prima tranquilizándome. Entonces pido un deseo. "Vamos a ser niños todos de nuevo, a jugar en las vías del tren, a pedirle deseos, a estar los cuatro juntos. Regresa, prima, cuando vivías y todo era completa felicidad."