lunes, 24 de enero de 2011

Los homosexuales no donan sangre: IMSS

Fui a recoger los resultados de mis análisis de sangre al IMSS y me topo con este letrero informativo sobre las condiciones para ser donador de sangre. Y aunque de entrada quedo descartada porque peso menos de 60kg, porque he tenido tifoidea y porque ya me han trasfundido, seguí leyendo con curiosidad.


Hay puntos casi obvios, como No usar drogas, No haber compartido jeringas, No haberse tatuado/perforado/acupuntura, pues por estos medios (las agujas) se contagian cantidad enorme de bichos malvados. Sigo leyendo y el punto   dice No practicar la prostitución, también suena lógico: ¿cuántos bichos/enfermedades venéreas no puede traer una persona así? Más delante dice No tener más de una pareja sexual, misma situación que la anterior. Pero ¡que sorpresa! hay un punto que especifica que una persona homosexual o bisexual No puede donar sangre. ¿qué acaso los hematocomosellamen de los homosexuales son dañinos para los demas?


La idea que tengo de la razón de  esa claúsula es por el mito que en general hay sobre los homosexuales y su supuesta tendencia hacia la promiscuidad, el libertinaje sexual y hasta drogadicción. Solo me queda decir: que reverendas tonterías. Si alguno de mis amigos estudiantes de medicina tiene un argumento científico para descartar mi teoría de por qué no permiten a los gays donar sangre, por favor explíquenme.

Lo que me sigue sorprendiendo es la tolerancia hacia la intolerancia. Nos parece de lo más normal la segregación por nuestra sexualidad, como si de eso dependieran las capacidades físicas o intelectuales. Más allá de los programas, propaganda partidista y manifestaciones, están las acciones legales y sociales. Clap clap a las mujeres casadas en el DF que consiguieron seguro para cónyugue del IMSS, fue una noticia de hace mes o poco más que demuestra lo obsoleta y discriminatoria de la burocracia.

miércoles, 19 de enero de 2011

Nunca me aburro, solo me distraigo

Hoy nos pidieron una crónica de nuestro fin de semana, con un ángulo periodístico, para la correspondiente clase. "Noo, este fin no, porque no saldremosy estará muy aburrido" comentaron al maestro unas compañeras.
Interrumpí mis planes mentales medio mitómanos sobre qué escribiría para pensar en lo que dijeron aquellas muchachas.

Me parece increible aburrirse, o por lo menos, dejarse de sorpreder por las cosas que suceden a nuestro alrededor. Hay miles de eventos que pasan desapercibidos, de personas que nos topamos en la calle a diario y que ni recordamos. Hay miles de pequeños sucesos que si bien no son trascendentes nos pueden arrancar una sonrisa, un qué curioso!, un momento de despegarnos del asfalto para pensar en mil cosas mientras el camión llega a su destino.

Al bajar en el boulevard para trasbordar siempre veo a un señor que vende dulces a granel, los viernes le compro siempre cinco pesos de pasitas con chocolate. Un día compré de más para llevar a casa. Mi hermana se sorprendió de saber que era el mismo ambulante (con el mismo anuncio llamativo) que a la hora de su salida está fuera de su escuela. Ella también le compra siempre los viernes unos cuantos dulces. Cosas como esas nunca me dejan de sorprender, y por lo tanto, nunca me aburro.

Aprendí una técnica: apuntar las cien cosas que te agradan o que por más pequeñas que parezcan te producen placer. Correr sobre las hojas secas, mojarse los dedos en una fuente, descubrir coincidencias raras, disfrutar del aire a ráfagas entrando por la ventanilla, escuchar a los pájaros cuando pasan en parvada volando bajo, el olor de una panadería. Cien parecen demasiadas, pero pronto te das cuenta que te faltarán números para escribir todo lo que te agrada cotidianamente. A quienes hayan visto la película Amelie entenderán mejor a qué me refiero con esos pequeños gustos cotidianos, personales y casi secretos con los que uno vive el día a día más amenamente.

lunes, 3 de enero de 2011

Mis tesoros de hoy!

A mis amigos lectores de este blog, ya les he contado sobre mi fascinación con las ventas de usados.

Hoy fui al centro a comprar materiales para hacer peinetas con flores tsumami y en la parada del camión hay una tienda de antigüedades y cosas de segunda mano. Entré a la tienda a cureosear, caminando entre candelabros, juegos de té, jarrones, baúles (que algún día serán míos) pinturas, ropa usada, muebles...

Llamaron mi atención varios objetos rarísimos de encontrar por acá, como una figura de porcelana de Confucio (?) y unos alajeros chinos. Usualmente asociamos lo chino con lo fabricado en serie y de poca calidad, pero estos eran verdaderas artesanías. Al fijarme mejor en un estante con figurillas de porcelana me topo con una simpática mujercita ¡miren que preciosidad!

Los detalles del modelo están perfectos: el kimono con las mangas abiertas al costado y la forma "hikizuri" de llevarlo, esto es, arrastrando y un poco abierto al frente, incluso el tabi o calsetín que asoma tiene detalle.


Nihon-gami son los peinados tradicionales japoneses, el que ella lleva está bien moldeado, aunque ignoro el nombre y ocasiones en que se utiliza. Aquí se ve el Obi que va bien coordinado con el color del kimono, y la marca de "Japan"

A poco no está lindísima? :3
Encontré además otro tesoro: una cajita. Creo haberlas visto en los reallity de maikos en sus tocadores, como alhajeros o polveras.


Tiene una raspadura en la tapa, que me permitió ver la madera de bambú y comprobar que es auténtica.


En la tapa hay pintado un arbol de cerezos (la flor nacional) y un avecita que ha de ser algún tipo de gorrión.


Aquí se puede ver el "kamon" o signo heráldico de la familia. Este es un fénix que no veo muy a menudo. A los lados tiene flores de cerezo "sakuras" que combinan con la tapa.

Nunca pensé encontrar este tipo de objetos aquí en la Laguna... eso me habla de que quizá algún coleccionador vive o vivió por aquí y dejó ir parte de sus objetos. Quizá el abuelo latoso falleció y los nietos vendieron todos los cachibaches que juntaba sin saber qué valor tenían, pues todo esto lo conseguí por un precio de risa.

Ahora esta cajita es mi nuevo alhajero :)

domingo, 2 de enero de 2011

Seis páginas

Varias veces veía en la programación de la televisión una película llamada "La casa rusia". La mayoría de esas veces, cuando el tiempo lo permitía, mi mamá se sentaba a verla con la intención de apreciarla completa y no a cachos como siempre la había visto. Nunca la visto de corrido.

Aunque somos una familia que por costumbre ve las noticias, y yo por obligada costumbre (ah.. la maestra Canel) leo parte de los periódicos en línea, no tenemos en general la costumbre de discutir temas densos de política mundial. Sólo repasamos la típica conversación de El Mundo Según Las Mayorga y de cómo arreglaríamos el mundo mientras nos pasamos el salero en la mesa.

Por la razón anterior, me soprendió que madre quisiera con tanta insistencia ver una película sobre espionaje ruso en la perestroika; nada más denso que ponerse a hablar de la guerra fría y de las muchas fechorías que ambos bloques hicieron. "Esque es con Sean Connery" dijo ella. Nada más motivante para ver una película así que el actor en el 2º lugar de sus amores platónicos. Muy justificable.

Un día paseaba por el parque de mi queridito Lerdo, viendo las baratas en una feria de libros usados. Si las ventas de usados tienen una connotación cuasi-mágica para mí, las de libros son un deleite. Pasearme entre las filas y escoger por diez pesos por libro cuanto título se me antoje sin miedo a gastar en una novela que resulte ser una baratija. En esos estantes polvorientos llenos de libros, ví un título conocido: "La casa rusia" de John Le Carré

Como no es tanto de mi interés ver a Sean Connery, decidí leer el libro en lugar de la película. Pagué diez pesos y me fui a casa. Un libro interesante, sin duda, con un ritmo ascendente y lenguaje típico de las novelas policíacas. Comienza con escenas cotidianas rodeadas de un halo de suspenso en donde uno teme que del tapiz salga el malvado en cualquier momento. A uno de los personajes le encargan llevar un paquete a una imprenta en -paíscapitalista- desde rusia. El paquete es un manuscrito que resulta ser de un autor partidario de hueso colorado del comunismo en la decadente URSS, es decir, algo poco más peligroso que una bomba. Ahí entra el protagosnita detectivesco y comienza la historia de espías, desde Estados Unidos, a Rusia y waaa.

Llegué más que obsesionada a la página cincuenta. Sí, hacia la página cincuenta la trama ya había arrancado y mi interés estaba totalmente sobre el futuro de la espía rusa, el vendedor de libros que llevó el manuscrito y el protagonista detectivesco. Llegué a las cinco decenas de páginas y no pude leer más. Me faltan seis páginas.
No pude simplemente brincarme esas seis páginas porque la trama perdió sentido para mí, no pude atar cabos. El libro de suspenso es ahora un misterio, hasta que vea la película y reviva la historia en el escrito.

Hoy lo reencontré porque estuve desempolvando mi pequeño librero, y depurando libretas y revistas que ya no caben. Pensé en enviarlo a la caja del reciclaje, pero los libros me dan un no-se-que que no tengo corazón para tirarlos (ni para rayarlos o maltratarlos... em, no mucho). La casa rusia volvió a mi librero, a la lista de algún día lo leeré.