miércoles, 19 de enero de 2011

Nunca me aburro, solo me distraigo

Hoy nos pidieron una crónica de nuestro fin de semana, con un ángulo periodístico, para la correspondiente clase. "Noo, este fin no, porque no saldremosy estará muy aburrido" comentaron al maestro unas compañeras.
Interrumpí mis planes mentales medio mitómanos sobre qué escribiría para pensar en lo que dijeron aquellas muchachas.

Me parece increible aburrirse, o por lo menos, dejarse de sorpreder por las cosas que suceden a nuestro alrededor. Hay miles de eventos que pasan desapercibidos, de personas que nos topamos en la calle a diario y que ni recordamos. Hay miles de pequeños sucesos que si bien no son trascendentes nos pueden arrancar una sonrisa, un qué curioso!, un momento de despegarnos del asfalto para pensar en mil cosas mientras el camión llega a su destino.

Al bajar en el boulevard para trasbordar siempre veo a un señor que vende dulces a granel, los viernes le compro siempre cinco pesos de pasitas con chocolate. Un día compré de más para llevar a casa. Mi hermana se sorprendió de saber que era el mismo ambulante (con el mismo anuncio llamativo) que a la hora de su salida está fuera de su escuela. Ella también le compra siempre los viernes unos cuantos dulces. Cosas como esas nunca me dejan de sorprender, y por lo tanto, nunca me aburro.

Aprendí una técnica: apuntar las cien cosas que te agradan o que por más pequeñas que parezcan te producen placer. Correr sobre las hojas secas, mojarse los dedos en una fuente, descubrir coincidencias raras, disfrutar del aire a ráfagas entrando por la ventanilla, escuchar a los pájaros cuando pasan en parvada volando bajo, el olor de una panadería. Cien parecen demasiadas, pero pronto te das cuenta que te faltarán números para escribir todo lo que te agrada cotidianamente. A quienes hayan visto la película Amelie entenderán mejor a qué me refiero con esos pequeños gustos cotidianos, personales y casi secretos con los que uno vive el día a día más amenamente.

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