jueves, 30 de junio de 2011

Una extraña coincidencia

Alias: si yo creyera en los mensajes del destino.

Hoy me sucedió algo realmente curioso.
Desde hace tres semanas hago mis prácticas profesionales en el Siglo de Torreón (si, ya hasta lo escribo con mayúsculas xD) y ha sido una buena experiencia. No tengo trato con reporteros ni editores, pues estoy en el área de internet, pero si me entero de incontables rumores locales, chismes de oficina y gages del oficio. Pese a esto sigue sin interesarme del todo dedicarme al periodismo profesionalmente. Es irónico, ya que una de mis metas en la vida es ser escritora publicada, y muchos escritores que admiro son o fueron periodistas.

Hoy al regreso, el clima era fantástico: nuboso y a una temperatura agradable, con viento fresco que da tregua a los 40º que tenemos normalmente en el verano a medio día. Tomé mi asiento en el camión, saqué un librito de bolsillo y busqué la página en la que me quedé. Estoy releyendo 'Desayuno con diamantes' gracias a que Abi me la recordó y quiero tenerla bien fresca antes de ver la película.

Es un libro viejo que compré a cinco pesos en la parada del camión hace tiempo. ¡Dos cosas que amo: los libros y las cosas baratas! Abrí la página 45, en donde Holly y la mujer atísima pasan el chisme de temas amorosos; pero en eso el viento arrebató la página y el libro se abrió en donde alguien, más de tres décadas atrás dejó un recorte como separador. ¿Adivinan qué era ese recorte? ¡Una viejísima edición del Siglo! Se lee en la esquina el nombre del periódico con la tipografía que permanece y un trozo de anuncio de esos dibujados con caricaturas. El libro fue impreso en 1975, así que ese recorte no tiene menos de treinta años. Un recorte de periódico, en un libro escrito por un periodista leído por alguien que practica en un periódico.

Si creyera en el destino, diría que ese fue un mensaje de lo que debo hace con mi futuro. Afortunamente el destino me vale un comino  y voy haciendo mi historia a como me da la gana. Lo más curioso es que antes no me percaté de ese recorte, lo que me dice que es buena idea releerla, pues debía haberme saltado páginas por esa necedad de no usar separadores como práctica mnemotécnica.

Ese pequeño evento me alegró el día. Reí del asombro y soy consciente que varios pasajeros debieron mirarme con curiosidad. Me encanta encontrar extrañas coincidencias en la vida cotidiana, y me alegra que aunque la vida me ha enseñado a ser escéptica y hasta fría, sigo teniendo un sentido de asombro hacia la vida misma y lo que en ella sucede.

miércoles, 15 de junio de 2011

Cosas de practicantes

Primeras impresiones
El miércoles, alegre día de mi cumpleaños, fui a entregar mi carta de practicante al Siglo del Torreón.
En Acuña y Matamoros se alza algo más parecido a una fortaleza que a una redacción. “Antes eso tenía cristales” comenta madre; no sé hace cuanto cambiaron, mínimo cinco años atrás, pero la fachada ahora es mucho más resistente. O quizá no eran vidrios sino espejos, no sé, no confiaré en mi memoria.
Por la entrada de la Matamoros hay una puerta de cristal de una sola vista, soberbia por su elegante austeridad pero opacada por una reja de seguridad. La verdadera entrada es una puerta metálica al lado. Toco el botón del intercomunicador, explico a qué vengo y suena la chicharra que destraba la puerta unos segundos para darme paso. Tengo que repetir el proceso del timbre porque a la primera no agarré fuerza suficiente para empujar la puerta -completamente-metálica. ¡Uf! Ya estoy dentro.
Me paseo nerviosa, me maquillo, ojeo el periódico. En lo que espero a la encargada de recursos humanos me encuentro con un excompañero de la universidad; trabaja en el SigloTV, lleva un cinturón con el logo de Legend of Zelda y fue por cámaras para cubrir un evento de videojuegos, como anillo al dedo su trabajo.
Minutos después entra un sujeto corpulento, vestido de forma llamativa, peinado a la moda juvenil y con lentes ostentosos. Habla fuerte y cuenta una anécdota que entre escucho. “Y les dije... ¡cómo vamos a publicar eso, este es un medio de mucha credibilidad... y le siguieron.... y nos amenazaron.... bueno ya sabe, cualquier cosa rara, gente extraña, bajamos cortina y de aquí no entra ni sale nadie” Tragué saliva. Ningún sicario, narcotraficante o alborotador me arruinaría mi cumpleaños. Sin embargo, pensé que de igual manera en que con su voz y forma de vestir el tipo atraía la atención de todos, estaba exagerando lo ocurrido para tener algo que contar. A los laguneros en general nos encanta contar cuál película de acción vivimos en el puente cuando fue la balacera, como evento que rompe la monotonía de nuestras ciudades.
Rato después y trás una breve charla con la licenciada, ya soy practicante en el periódico en el área de internet. Desde este lunes, si hay errores de dedo (de ortografía no me las perdono) en las soft-news del portal de internet, ya sabrán que fue mi culpa.

La decepción del día
Comencé a revisar la hemeroteca en busca de hacer un recuento de cuándo empezó, y cómo ha sido nuestra percepción, de la locura del plomo, de los levantones, las mantas y los colgados. Me leí desde la desastrosa toma de protesta de Calderón varios meses de la sección policíaca de la laguna, para darme cuenta que varias instituciones ya estaban en focos amarillos por la ola de la narcoguera, pero que ninguna autoridad lagunera declaraba nada al respecto. “De haber sabido lo que pasaría...”
Eso hacía en mis ratos de ocio vacacionales.
En mis días de capacitación en el periódico me dicen que me ocuparé de las fotos, de sociales, cultura, espectáculos, ciencia y tecnología y demás notas ligeras, las soft-news, que me encuentre en las agencias. Sin embargo, la muchacha que me explica el programa para subir las noticias se encarga de las regionales, por lo que soy testigo de los criterios para seleccionar notas. Vemos una sobre un embargo de armas a “un_grupo_armado” como se cambió el nombre en la nota. Con risa de complicidad me dice que hay cosas que no debemos publicar tal cual, porque luego esa gente llama al periódico para reclamar, en el mejor de los casos. Entendido.
El resto de la semana la he pasado tranquila, entre mi alergia a la tinta (literamente, pues la oficina queda frente al piso de la imprenta) las cinco horas de actualizar fotos, twitter y noticias y borrar comentarios de trolls en las notas. ¿Qué comentarios se borran? No sé si quienes me leen serán de los que comentan, y más específicamente si son de los que arman discusiones taradas en los comentarios, espero que no. Pero sé que en la laguna hay muchos ofendidos que se sienten censurados, por acusar a tal o cual político de pertenecer a este o aquél “grupo_armado” en los comentarios, mismo sentir que a calladas hay entre el personal, pero que de alguna manera hay que acatar.
¿Y lo decepcionante? Pues que mi investigación no pasa de fatua. Me fui con la finta de una redacción que desde hace rato, por sentido común más que por temor, deja de publicar algunas cosas. Solo dentro de uno o dos sexenios saldrán todos los trapitos al sol, cuando esos trapitos ya estén viviendo en otro país fuera de la jurisdicción mexicana.

Lo bonito de lo feo
Y entre los estornudos, las hemorragias nasales y la dificultad para respirar por una garganta inflamada, leo y leo noticias. Una escalera divide a la sección de Internet con la bodega de imprenta, donde las enormes máquinas hacen temblar un poco las tazas de café. Partículas de tinta con base en lo que creo que es plomo vuelan hasta donde estoy. Que patético....
Difícilmente subo noticias de deportes. ¿Cómo les voy a poner título si no entiendo ni jota de lo que hablan? Así que leo, leo, leo... ¡mira una noticia de Erich Segal! ¡Oh, Vargas Llosa en China! ¡A Taibo II lo regañan en España por borlotero!... Ooops... ya hay demasiadas notas en cultura...
Naah... te aseguro a que nadie se dará cuenta, y si se dan cuenta, lo agradecerán ;) Me entero de tantas cosas, ¡y de primera mano! Definitivamente, eso es lo mas bonito.

jueves, 2 de junio de 2011

Los años que pasarán

Es dificil para quienes no hemos estado dentro de la locura de una guerra, una en las formas tradicionalmente conocidas donde dos grupos perfectamente reconocibles se enfrentan, intentar adivinar las emociones que se viven dentro de ésta.

Las historias familiares cuentan que nuestra bisabuela vendía comida durante la revolución, que aprovechó las marchas de los ejércitos para ganar dinero. Mi abuela recuerda que platicaban de esto, ella no lo vivió. Para mi bisabuela la muerte rondaba a sus clientes y a ella misma, las tías la juzgan duramente por sus múltiples parejas y vida errante. Hoy no comprendemos las decisiones que se tomaban viviendo al día, sin más miras de sobrevivir el momento, de conseguir víveres, de evitar los campos de enfrentamiento.

Para la descendencia de esta desintegrada familia de comerciantes la muerte es algo extraño, es algo que sucede de vez en cuando en el hospital al tío abuelo, a la tía enferma, al primo alcohólico. Ver escenas sangrientas corresponde únicamente a la rama de los primos que optaron por la enfermería, contar historias de violencia es práctica de los tíos que frecuentan las cantinas.

Empero, una nueva generación vive un tiempo que le ha hecho ver la vida, la muerte y la violencia de una forma diferente. Cuando tenía alrededor de siete años vi dispararse por primera vez un arma: una pistola semiautomática de nueve milímetros. La víctima fue un tlacuache que osó invadir la cochera y provocó una rabieta de mi papá. La imagen ostentosa del arma, el sonido estridente y la imagen iluminada por los astros nocturnos del pobre animalejo muerto bastaron para estremecerme. Esa arma continúa en casa con el pretexto de la defensa del hogar. Varias veces llegué tomarla, mirándola con morbo y distante respeto, la consciencia de lo que dicho objeto podría causar a un ser humano me erizaba la piel. Esa sensación se esfumó hace tiempo, más o menos cuatro años.

Hoy, diariamente en mi regreso de la universidad hay un retén en el puente del vado, casi todos los oficiales -si es que lo son- cargan armas cuyo tamaño obedece proporcionalmente a su poder. Es una imagen de fastidio, de molestia, de permanecer en nuestro asiento treinta minutos a medio día en una temperatura de cuarenta grados centígrados mientras el tráfico fluye lentamente. Que aburrción son los retenes... Es una imagen de cotidiana aburrición, un peligro al que ya estamos habituados. He vuelto a tomar el arma en casa varias veces, cuando es tiempo de voltear el colchón bajo el que se esconde o de mover los muebles. No sé cuando se hizo más pequeña, mas insignificante, menos temible. No es el arma en sí, sino las vidas que puede quitar. ¿En qué momento se volvieron esas vidas más pequeñas e insignificantes?

Dentro de una década, cuando mi generación sea cabalmente profesionista y la vida diaria, la obligación de manterner una familia o de mantenernos a flote nosotros mismos nos arrastren a la monotonía, estaremos recordando estas épocas. Nos preguntaremos por qué hacíamos tanto aspaviento por nada, comentaremos entre bromas si recordamos cómo nos preocupaba salir de noche o ir a tal o cual zona de la comarca. En el desgaste diario iremos olvidando lo que sucedió, borraremos de nuestra memoria cómo uno a uno los comercios cerraron, cómo conocidos, amigos lejanos o cercanos desaparecieron o fueron asesinados en el momento y lugar equivocados, quedaremos en una absoluta ignorancia de lo que vivimos y solo repetiremos como anécdotas trilladas aquellas veces que sobornamos a militares o sus supuestos para que nos dejaran ir, o que escapamos al fuego cruzado de una balacera. Hasta que algún día nos preguntaremos si realmente sucedió.